Llevo casi 7 años viviendo en Francia. Una mujer [1] emigrante de Rusia y extranjera no europea en Francia: ¿cómo me convertí en una y qué se siente serlo? Cada historia individual forma parte de mecanismos globales (sociales, económicos, culturales, etc.) propios del país de origen y del país de acogida, pero también de las relaciones entre estos países. Mi inmigración también está estrechamente vinculada al género, a las desigualdades “de género”.
Antes de la inmigración, está la emigración, como decía Abdelmalek Sayad, sociólogo franco-argelino, cuyas investigaciones han renovado nuestra visión de las migraciones. Hay un “antes” de cada inmigración, esto es, las condiciones que hacen que las personas dejen su país “de origen”. Mi emigración/inmigración comenzó en Rusia y con la historia de este país, con la de mi familia y especialmente con la de mi madre.
Nací a principios de los años 90, justo después del final del régimen soviético. Si durante el régimen la población vivía muy modestamente, en esa época, mientras llegaban las libertades y la coca-cola al país, la mayoría de la gente sufrió un empobrecimiento, es más, se hundieron en la miseria. Este fue el caso de mi familia. Mi padre perdió su trabajo en la Universidad [2] sin encontrar nunca otro empleo hasta el día de su muerte, unos quince años después. El recién adquirido título de farmacéutica de mi madre ya no le proporcionaba ninguna estabilidad laboral. Ella era el único sostén económico de la casa, incluso antes de que mi violento padre se fuera.
En aquella época, para una mujer rusa soltera, una de las soluciones para salir de la pobreza era emigrar заграницу [3] mediante el matrimonio. La apertura de las fronteras soviéticas fue también la aparición de un nuevo mercado internacional de la esposa, el momento en que la oferta y la demanda se encuentran. Por un lado, hay mujeres que quieren una vida mejor. Por otro lado, los hombres buscan “mujeres rusas”, “mujeres del Este”. Son reputadas por su belleza. Se dice que son más domésticas que las mujeres europeas, esas feministas que han perdido el sentido de los valores tradicionales y familiares [4]. Sin embargo, es importante recalcar que los intercambios en este mercado se definen por las desigualdades socioeconómicas y de género. Puedo asimismo señalar que esta “mujer del este” nunca existió, fue creada por la mirada masculina occidental. Es la demanda la que crea la oferta. La feminidad y la sexualidad son productos que se moldean e intercambian.
Toda mi infancia estuvo marcada por el deseo de mi madre de partir. La vi trabajar (trabajar, elegí bien la palabra) diariamente en su cuerpo, en su inglés. Fueron horas que pasó en sitios de citas (en cibercafés al principio). Vi pasar nombres, postales, algunos regalos y dinero recibido (fue una ayuda valiosa y necesaria), varias salidas de mi madre para encontrarse con estos hombres europeos, americanos.
Hasta hace poco, esta historia me daba mucha vergüenza. Apenas hablé sobre esto. Ni lo mencioné en Rusia, ni cuando empecé a vivir en Francia. El discurso tradicionalista y el discurso feminista mayoritario en Rusia y Francia tienen en común la estigmatización de las mujeres que utilizan su feminidad, su cuerpo, su sexualidad, de forma explícita para encontrar una vida mejor. Lo entendí hace poco: es una forma de intercambio económico-sexual (entre otras), considerado una forma ilegítima [5]. Y si es ilegítimo es porque permite a las mujeres un cierto ascenso económico al margen de las instituciones capitalistas legítimas (pienso en particular en el empleo asalariado y en la herencia) y eso no le gusta ni al patriarcado ni a las feministas burguesas.
Aunque mi madre nunca tuvo éxito en su empresa, sus intentos tuvieron un fuerte impacto en mi visión del mundo. Fui criada con los discursos sobre la falta de futuro en Rusia, he asimilado bien los de la superioridad de la cultura y la moral europeas. Cuando me convertí en una adulta sabía que iba a hacer todo lo posible para partir заграницу. Vengo de una familia pobre, pero de intelectuales (mis padres tenían títulos universitarios) y por ello tuve el privilegio de acceder a la Universidad gratuita en Rusia. El camino de la inmigración a través de los estudios estaba abierto para mí. Por otro lado, el giro autoritario y liberticida de la década de 2010 (las leyes против пропаганды гомосексуализма [6], fraude organizado por el partido en el poder en las elecciones de 2012, represión armada del movimiento de protesta) no hizo más que convencerme de irme a “la Europa más libre e igualitaria” (¡qué gran farsa!). Vine a continuar mis estudios en Francia en 2014. Me convertí en una “estudiante extranjera no europea”, luego en una “trabajadora extranjera” (sí, son nombres institucionales reales). En resumen, soy una emigrante económica. Muy pocos franceses saben lo que viven los extranjeros no europeos en Francia: es una discriminación que no se reconoce como tal. Escribiré sobre esto en otro artículo. De lo que quería hablar aquí es del hecho de que, además de ser una emigrante, también soy, a ojos de la sociedad francesa, esa “mujer del Este” que ya he presentado. Esto significa ser objeto de una etnitización y sexualización particulares. Aquí es donde el género y la heteronormatividad, por un lado, y la migración y el ser extranjera, por otro, se cruzan de nuevo.
Cuando llegué a Francia buscaba trabajo, por todos lados. En un momento dado me anuncié para dar clases particulares de ruso y para hacer de baby-sitter. Ingenua en ese momento, mencioné en el anuncio que venía de Rusia. Mi origen no dejó de atraer a quienes me ofrecieron más tarde servicios sexuales. Soy consciente de que muchas estudiantes que buscan trabajo reciben este tipo de ofertas, pero había un vínculo con mi origen. Y ese es el problema, no el trabajo sexual (que también es trabajo) en sí mismo. Además, seguro soy mejor haciendo una mamada que explicando la pronunciación de las vocales y consonantes rusas, y es una mala idea confiarme niños.
Una vez salí con un tipo que me dijo “me gustan las mujeres del Este”. Me dijo que su ex era una chica de Estonia. Para mí no hay nada que nos una en esa categoría, no tiene sentido para mí, pero para él, un hombre europeo, sí lo tenía. Otro tipo, cuando nos estábamos conociendo, me contó su viaje a Rusia y lo fácil que era llevarse a las mujeres rusas a la cama. “En un club nocturno pagas una botella de vodka, una de champán, caviar y ¡es tuya!” me contó con orgullo su receta. ¡Qué gilipollas! ¡No se come caviar en los clubes nocturnos! Y, si tu historia es cierta, pobre de ti, ¿quién se aprovechó más de quién? ¡No has entendido nada!
Cuando estudiaba en Francia, temía que no me tomaran en serio, que el hecho de estar en la Universidad fuera visto sólo como un pretexto para encontrar una pareja y casarme. Lo mismo ocurrió cuando entré en el mundo profesional. Lo peor es que las políticas de inmigración en Francia nos impiden conseguir un trabajo. Estas mismas políticas nos empujan a casarnos porque eso nos permite tener un permiso de residencia de forma bastante segura. Eso es exactamente lo que una asociación que ayuda a extranjeros me aconsejó hacer en un momento dado. Estuve a punto de seguir ese consejo. Así es como el estereotipo se convierte en “realidad”, pero son ellos los que nos meten en cajas, simbólica y efectivamente.
Dos historias, la de mi madre y la mía. Migración, migración económica, migración por matrimonio, matrimonio económico, mujeres que emigran para tener una vida mejor, mujeres que se casan para acceder a un ascenso social. El objetivo sigue siendo el mismo, los medios cambian. Se cruzan las fronteras nacionales, pero se refuerzan las divisiones y jerarquías de género, heteronormatividad y etnia. Lo que une a estas historias es el cliché de las “mujeres del Este”. La diferencia: una trató de aprovecharlo, la otra lo padece.
[1] Se trata más del hecho de que me perciban como tal que de mi identificación de género.
[2] Aunque estos dos trabajos requieren un alto nivel de formación, en Rusia no están muy bien pagados. Esto sorprende en Francia, pero en Rusia un profesor universitario puede ganar menos que un vendedor o vendedora sin cualificación. Los títulos no valen mucho y los salarios varían más según el sector de actividad, público o privado, que según las clasificaciones profesionales.
[3] Esta palabra puede traducirse como “extranjero” y significa literalmente “más allá de la frontera”. En la práctica, esta palabra no se refiere a ningún país extranjero, sino principalmente a los países europeos y, más ampliamente, occidentales. La palabra no se utiliza cuando se refiere, por ejemplo, a Ucrania o Kazajistán. Creo que estos usos reflejan lo que podría llamarse relaciones coloniales entre Rusia y los países vecinos, y lo que los rusos entienden como “fuera de su propio país”.
[4] Es posible encontrar la descripción de las “mujeres del Este” en general y por categoría (“mujer rusa”, “mujer ucraniana”, etc.), por ejemplo, en este sitio de citas internacionales https://www.cqmi.fr/fr/les-femmes-slaves. O se puede leer en esta revista web general https://www.bhmagazine.fr/2906/le-mythe-de-la-beaute-des-femmes-russes/: “La belleza de las mujeres rusas es, por supuesto, un criterio de elección para los aspirantes al amor, porque es el resultado de una mezcla étnica de múltiples orígenes [...]. Además, las mujeres rusas y eslavas suelen ser adeptas a un estilo de vida familiar bastante tradicional, por lo que cumplen perfectamente las expectativas de muchos occidentales en busca de la esposa perfecta”.
[5] Me refiero al concepto de “intercambio económico-sexual” desarrollado por la antropóloga feminista italiana Paola Tabet. Este concepto destaca la presencia en las relaciones heterosexuales de transacciones económicas relacionadas con los servicios sexuales prestados por la mujer. El matrimonio (“económico” o “por amor”), la manutención, el concubinato, la prostitución, etc., son entonces sólo formas de un mismo continuo.
[6] Esto puede traducirse en leyes contra la “propaganda gay”. Una noción sin sentido, pero estas son las leyes que pretenden restringir la expresión y manifestación pública de las personas no heterosexuales y no cis, las “relaciones sexuales no tradicionales” según la ley. Más allá de las leyes, el debate público las ha llevado a un mayor ostracismo.
* Ekaterina Panyukina creció en Siberia, Rusia, y lleva 7 años viviendo en Francia, en Lyon. Es feminista y profesional de la lucha contra la discriminación, además de socióloga libre. Escribe en particular sobre su experiencia migratoria.
[1] Traducido del francés por Andrea Balart-Perrier.
No hay comentarios:
Publicar un comentario