[esp] Constanza Carlesi - Carmesí Delirio

Cuando llegué a España nunca imaginé que este sería el primer paso. Mi objetivo era mucho más sencillo del que podría imaginarse, ya que rayando en lo superfluo, mi voluntad fue viajar y vivir en la mayor cantidad de países que fuera humanamente posible. No obstante y sin preverlo, poco a poco se fue construyendo este “camino” que me permito estimar como interminable. No sería falso observar que en cuantiosas ocasiones me sentí “remando” en dirección a la nada. No sabría dilucidar cómo, sin embargo, conseguía recomponerme, cobrando la fuerza necesaria para volver a creer en lo que entre nosotras, se estaba gestando. En principio, se podría decir que sólo éramos un pequeño grupo mujeres que compartían el mismo interés de auto-educarse y des-educarse, por cierto. Los temas al respecto solían ser variados, pero sin ir más lejos, nuestros intereses se dirigían al mismo punto: nuevas formas de vivir y de re-pensar el mundo. Todas portadoras, ya sea de un pasado, presente o probable futuro de viajeras, cada una a su modo se declaraba en esencia feminista. Algunas madres, otras jóvenes estudiantes, otras “entre medio”, como yo, inmigrantes con o sin papeles, sudakas –re-significando la connotación negativa del término–, árabes, palestinas, beréberes, afro-descendentes, en fin; me refiero a una tropa bien integrada entre lo que llamamos feministas racializadas y europeas aliadas.

A pesar de nuestra axiomática diversidad, la verdad es que no llegamos a constituir un número importante de asamblearias. Como podría imaginarse, tomando en cuenta los grandes desafíos que nos impusimos y que por fortuna hemos alcanzado, casi sin sufrir el menor rasguño. En lo personal, deduzco que nuestra gran ventaja estuvo en que logramos encontrar una organización libre de poder autoritario. ¿Cómo lo hicimos? No tengo la menor idea. En palabras sencillas, nosotras nos reuníamos para comer, para desayunar, para cenar, incluso “para hacer la siesta”, como dicen aquí. Cada reunión servía para ir estructurando el plan que nos llevaría a concluir el fin de nuestra lucha. Recuerdo muy bien un encuentro que hicimos en Francia, en un pequeño pueblo cercano a la frontera con España, justo sobre Los Pirineos. La montaña es sabia, la montaña escucha, no se te olvide. (Risas) Nos quedamos ahí cerca de tres días en un campamento que organizaban asociaciones pro vida ecológica, pro consumo consciente, pro autosuficiencia. El lema de este encuentro era: “Hola, eres humano, ¿qué sabes hacer?”. Nosotras fuimos exclusivamente a exponer nuestro manifiesto y yo actué con mis poemas feministas descoloniales. Fueron días intensos de información variada, de contacto directo con la gente de este continente. Debo admitir que en dicha ocasión, por primera vez sentí que nos escuchaban sin prejuicios. A partir de entonces nos invitaron a Alemania, luego a Noruega, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Bélgica… Siempre contamos con voluntarias dispuestas a traducir nuestros mensajes en vivo. La organización era extraordinaria, a cada encuentro llegaba gente, migrantes de todos los rincones del planeta. Así fue como, paulatinamente, se armó “algo grande”. En más de un encuentro de carácter internacional, llegó la policía y las fuerzas armadas, sin embargo como nuestras acciones han sido siempre en esencia pacíficas, no podían hacer mucho más que expulsarnos del espacio público. Quizás me equivoco, pero creo que sólo por estar “aquí”, nuestras vidas corrían menos peligro. Lamentablemente, en nuestros países las activistas como nosotras “desaparecían” hasta que las encontraban muertas. Si alguien se atreve a refutarme lo contrario, que lo haga, porque me siento con toda la avidez necesaria para contrariarle. Berta Cáceres, Lesbia Yaneth Urquía, María Ofelia Morquera, Emilsen Manyoma, Ruth Alicia López Guisao, Yoryanis Isabel Bernal Varela, Efigenia Vásquez Astudillo, Laura Leonor Vásquez Pineda, Jane Julia de Oliveira, Kátia Martins, Marielle Franco, Maria da Lurdes Fernandes Silva, Laura Vásquez, María Elena Moyano, Nicolasa Quintreman, Macarena Valdés Muñoz, por mencionar sólo algunas. En 2017 más de 200 activistas fueron asesinadas sólo en Latinoamérica. Todas en circunstancias que hasta hoy se investigan, o que en el peor de los casos, se han dejado de investigar. Todas feministas defensoras de los derechos humanos. Todas protectoras de la Tierra y su inapreciable valor ancestral.

Por lo tanto, insisto con toda certeza y sin rastro de orgullo, que solamente en América latina más de un centenar de líderes feministas han muerto en condiciones “inexplicables” en los últimos años. Eso sin tomar en cuenta a las activistas de otros continentes.

Es increíble cómo, a pesar de tanta pérdida humano-feminista, hayamos recobrado la fuerza o como decimos en el sur, el newen. Ignoro desde dónde surge esta fuerza inquebrantable, no del miedo, eso es evidente. Fue así como sin advertirlo, poco a poco se fue formando esta red de artistas y activistas comprometidas con las luchas que se proponían preservar la Ñuque Mapu, o la Patcha Mama, o la Madre Tierra, o el Territorio Verde. Nosotras no queríamos enfrentarnos con armas, pero aun así nos llamaron terroristas. No por esto flaqueamos, continuó uniéndose a nosotras más y más colectivas impulsadas por la misma lucha que lisa y llanamente, consistía en salvar el mundo. Ahora nuestra sociedad anónima cuenta con su propia nación, cuya población se estima en más de medio millón de habitantes repartidos por el globo. La mayoría somos artistas de diferentes áreas, lo cual claramente no es una casualidad, la vida que lleva una ciudadana nómade, es ideal para hacer viajar tu trabajo sin pedirle ayuda a nadie. Cuando fuimos a Australia, recuerdo muy bien que hicimos un retiro artístico-multidisciplinar a los pies del mal llamado Ayers Rock. A este encuentro llegó muchísima gente. Conseguimos apoyar y acrecentar la lucha de las hermanas y hermanos Anangu, la cual se proponía acabar con el atractivo turístico de su montaña sagrada. El Monte Urulu es un ícono ancestral para los Anangu, simboliza el origen de su “tiempo de sueños”. Esta batalla se había originado en 1985. Tuvieron que transcurrir más de tres décadas, para que el monolito rojo Urulu, fuera devuelto a su pueblo. Recuerdo que hicimos una hermosa ceremonia de clausura dedicada a los Wandjinas. Batalla de la que salimos victoriosas ganando tanto aliadas, aliados, como nueva gente nacionalizada nómade. Este ha sido sólo un ejemplo de cómo hemos ido creciendo sin mayores obstáculos, hasta conformar nuestra nación Nómade como la conocemos hoy.


Fragmento de la novela “Carmesí Delirio”.



* Constanza Carlesi Del Río (Santiago, Chile, 1985). Poeta, actriz, dramaturga y crítica teatral. Co-fundadora de GESTA, Festival de teatro porteño de mujeres (2014). Máster en Estudios hispánicos avanzados, Universitat de València (2016). 
La Estratega (Petit Editor, 2017) es su poemario firmado como La Conirina
Radicada en Francia, publica Carmesí Delirio (Printcolor, 2020).




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