Voy a hacerme una cirugía estética, voy poner en este cuerpo un par de tetas bien grandes, a ver si se me modifica un poco la cabeza. Bueno, también pueden ser unos cuernos, o una cola, lo que sea. Los tatuajes en definitiva no son suficientes. Aquí no se trata de gustarle a nadie, ni de alcanzar un ideal impuesto por el patriarcado, ni por el neoliberalismo u otra subcultura. No. En eso estoy clara. Necesito saber si al cambiar mi cuerpo radicalmente, cambia también mi forma de sentir y de pensar. Eso. Y si es así, estoy dispuesta a todo.
Me explico. No basta con leer a las imperdibles del feminismo y entender, por ejemplo, que no se nace mujer, sino que se llega a serlo. Ese rol que una encarna, está dado por la sociedad en la que vivimos. Y cuando he querido escapar de dicho rol, lo más difícil no ha sido empoderarse y vivir una vida auténticamente independiente. Lo he conseguido todo.
No sé si me entienden.
Me refiero a todo aquello a lo que una mujer no tenía derecho en la sociedad, por el solo hecho de ser mujer.
No ha pasado mucho tiempo. Esto recién comienza.
Hace unos cuantos años las mujeres no podíamos tener propiedad privada. Esta era administrada por los maridos cuando era heredada, es decir, nuestra herencia por derecho les pertenecía a ellos. La madre de mi abuelo por parte materna fue una de esas mujeres que recibió una herencia cuantiosa cuando falleció su padre y su marido, se farreó toda la fortuna de su esposa en el casino. Era adicto al juego. Eso no hubiese sido un impedimento, pero como no podíamos hacer negocios, ya que teníamos que estar en la casa cumpliendo nuestro rol familiar, tampoco las mujeres podíamos generar algún capital. Yo, en cambio, me compré una propiedad, en cuanto pude ahorrar lo suficiente.
Tengo más ejemplos.
La mujer antes estaba condenada al protagonismo en el mundo de lo doméstico, relegada a las labores de crianza y del hogar, la cocina, los niños, porque no tenía el control de su fertilidad y capacidad reproductiva. Con los avances científicos y el desarrollo de las píldoras anticonceptivas, más la separación del Estado y la Iglesia, las mujeres pudimos acceder a controlar los embarazos y postergar la maternidad. Aun así mi madre me dijo que los hijos se los había mandado Dios. Estoy hablando de una mujer relativamente moderna y abierta de mente, que trabajaba y muchísimo. Creo de niña haber tenido pánico de que Dios omnipotente decidiera enviarme hijos no deseados y en cuanto pude ya en la adolescencia comencé a tomar píldoras anticonceptivas. Para ello no necesité la autorización de mis padres, aun cuando era menor de edad.
Y el divorcio. No soy la primera mujer de mi familia que se ha divorciado, es verdad. Nos hemos divorciado todas: mi abuela, mi madre y yo. Hemos tenido la fortuna de habernos podido divorciar. Hace menos de un siglo incluso, era un hecho eso del “unidos para siempre”, aunque el sujeto que tuvieses al lado se hubiese transformado en tu peor enemigo. Se trataba de una cosa de sobrevivencia. Qué iba a hacer una mujer sola, si no se le daba la posibilidad de mantenerse a sí misma.
Pero desprogramarse aquí, en lo que pensamos o sentimos, hoy en el siglo XXI, es lo más difícil. O quizás lo mío es un exceso de memoria. O a lo mejor por el contrario es una falta grave de memoria y se me olvidan algunos detalles no tan detalles de cuando era niña y adolescente. O de pronto es una combinación entre el exceso y falta de memoria al mismo tiempo. Porque la educación es un martillo para darle forma a las personas. Y con ello no me refiero solo a la escuela, sino a todo el entorno en el que estuvimos envueltas, del cual absorbimos esto que somos hoy, como el bizcochuelo absorbía el jugo de naranja, cuando hacíamos la torta de cumpleaños para el abuelo.
Puedo determinar mis acciones, en el presente, pero no mis emociones. Puedo juzgarme a mí misma por sentir inadecuadamente, desde el paradigma patriarcal, pero no puedo obviar esto que siento. Cuestiono lo que siento y aun cuando hago esfuerzos por modificarlo, no funciona. Luego hago un repaso de todas aquellas experiencias que hemos vivido mis mujeres y yo, y doy gracias a este colectivo que me devuelve la perspectiva, porque si me quedo sola en mi habitación propia, no veo con claridad, si esto que estoy sintiendo es mi realidad o era la realidad de otra mujer, de una que vivió en el 1800. O antes incluso.
Hay que salir al mundo.
No soy yo, somos todas.
Mientras espero mi turno para la operación - ya tengo puesto el camisón quirúrgico-, con una libreta y un lápiz, los que siempre llevo conmigo para anotar todo aquello que no quiero que se me olvide, rumeo algunos conceptos en mi horizonte de experiencia e intento reemplazarlos por otros:
Sacrificio. Amor propio.
Abuso. Respeto.
Sometimiento. Libertad.
Culpa. Responsabilidad.
Mudez. Denuncia.
Abandono. Sororidad.
Soledad. Solitud.
Tabú. Aceptación.
Me decidí por las tetas grandes. No me malentiendan.
* Gala Montero (Santiago de Chile, 1980) es actriz, dramaturga, directora de teatro y socióloga. Vive en Frankfurt am Main desde el 2013. Desarrolla su trabajo en la escena teatral libre de Alemania, en colaboración con otros artistas y también impulsando proyectos desde la escritura, la dirección y la gestión. www.galamontero.com
Te acompaño en el camino de las tetas 💜
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