"Finalmente solo las criaturas que nunca escribieron
cartas de amor son las ridículas". F. Pessoa
Tanto la belleza como la ternura han sido espacios históricamente relegados a la mujer. Con históricamente me refiero a que gran parte del mundo que conocemos -y por muchísimos siglos-, ha asumido como tácito este posible vínculo, y lo ha aceptado como si se tratase de una verdad natural. Y por mucho que hoy en día tengamos los medios que permiten desacreditar la teoría del instinto materno –por poner un ejemplo-, no podemos anular el peso de los años que llevamos de imágenes construidas. Pero, en todo caso, ¿de qué hablamos cuando hablamos de ternura?
Cuando buscamos en el diccionario los conceptos “ternura” o “tierno”, aparecen algunas definiciones de naturaleza diversa: por un lado están aquellas que apuntan al “cariño” y la “dulzura”, y luego lo “sensible” entabla un puente con palabras como “blando”, “inmaduro” o “propenso al llanto”. Este mapeo superficial me ayudó a entender mi propia reticencia a la palabra, en primera instancia. Estas definiciones se complementan con ejemplos, que en su mayoría mencionan a niños y mujeres.
"Es una mujer muy tierna con sus hijos".
"Es una mujer muy tierna con todos los niños".
La infantilización de la mujer a través del lenguaje –o su reducción a la figura maternal- no es algo nuevo. Supongo que esta información, que de alguna manera ya estaba dentro de mí, detonó el porqué de este ensayo, al contraponerla con el discurso de la autora polaca Olga Tokarczuk (ganadora del nobel de literatura del año 2018), que, cuando recibe el premio, habla sobre la reivindicación de la ternura. Ese conjunto de palabras, o, más precisamente el anteponer “reivindicación” frente a “ternura” cobraría, más adelante, un sentido épico para mí.
Hace un tiempo me inmiscuí en un breve estudio sobre la palabra belleza, y logré desmitificar una serie de ideas que se construyen de forma muy superficial o reciente sobre este concepto. Luego me reencontré con aquella frase de Dostoievski: La belleza salvará al mundo, y pude entenderla desde otro lugar. Un lugar que mucho tiene que ver con lo que propone Olga Tokarczuk cuando habla sobre la ternura.
Entre otras cosas, la autora dice que la ternura "es la forma más modesta de amor. Es el tipo de amor que no aparece en las Escrituras o en los Evangelios, nadie la jura, nadie la cita. No tiene emblemas o símbolos especiales, ni conduce a la delincuencia ni a la envidia inmediata.… La ternura es espontánea y desinteresada; va mucho más allá del sentimiento de empatía. Es, en cambio, el compartir consciente, aunque quizás un poco melancólico, del destino común." Esta última frase me resulta particularmente reveladora.
A raíz de estas ideas que se complejizan en un discurso bastante extenso, la autora entrelaza la labor literata con el sueño de un “Nuevo Realismo”, una nueva forma de escritura, cuyo “Narrador Tierno” sea capaz de generar un portal que todo lo ve; un portal que permita que personas, animales, piedras, residuos y viento -indiscriminada y desjerarquizadamente-, tengan una voz. Una voz que nos personifique como las partículas interconectadas que somos. Una “cuarta voz”, dice la autora, una voz cercana a dios, o, incluso, una voz como aquella que en la Biblia es capaz de leer los pensamientos de dios y narrarlos. La autora responde al espíritu de nuestro tiempo; entiende que no pudo haber mejor contexto para imaginar esta idea, pues nunca hubo tantos narradores como en la era digital.
¿Qué significa entonces reivindicar la ternura? Significa, en primera instancia, dejar de infantilizarla para poder comprenderla en sus eslabones más profundos. Significa comenzar a ponerla en práctica, comprendiéndonos como parte de un sistema interconectado. Significa poner nuevamente en duda esa literatura del Yo, de la que habla Virginia Woolf cuando se refiere a la literatura hecha por hombres. Al contrario de esa literatura, Olga Tokarczuk nos invita a volver a jugar con la idea de que las piedras conversan entre ellas, y también las tazas de té, mientras no las miramos. Porque pareciera ser que esos juegos, nuevamente relegados al espacio infantil, tienen más que ver con la realidad misma, que esa realidad fragmentada y disociada que hemos construido en el relato. Desde la literatura hasta el tweet.
* Camila Alegría Z. (Chile, 1986) Artista Visual, máster en Creación Artística Contemporánea de la Universidad de Barcelona. Se dedica a la docencia y la investigación, específicamente al estudio de la Historia del Arte con perspectiva de género aplicada. Administra un perfil de Instagram que se dedica a visibilizar artistas mujeres y disidentes: @reescribirlahistoria
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