Iba por la calle a visitar a una amiga que vivía a cinco minutos de mi casa. Era tarde por la noche y la avenida estaba oscura y vacía. Unos metros antes de llegar al edificio, escucho desde un taxi estacionado un silbido y un comentario de tinte sexual.
Sentí miedo en todo mi cuerpo. Lo ignoré y apresuré el paso con el estómago apretado. El hombre bajó el vidrio y volvió a silbarme.
Ahí estaba yo, sola en la calle, tarde en la noche y la única persona presente era un tipo miserable que se aprovechaba de mi vulnerabilidad. Sentí la misma sensación que a mis 12 años, cuando una persona trabajando en una construcción me hizo comentarios sexuales mientras yo volvía del colegio. Ahora, años más tarde, la situación seguía siendo la misma… ¿Por qué?
Algo despertó en mí. Me planté en el piso y me giré hacia él.
- ¿Qué me dijiste?
A los 15, un desconocido me detuvo en la calle para hacerme una propuesta sexual.
- ¿Perdón? - El taxista se hizo el desentendido.
A los 17, un tipo se aprovechó de mí mientras iba en el bus a mi casa. Grité por ayuda pero nadie me defendió.
- DIJE: ¿QUÉ ME DIJISTE? - Me acerqué con zancadas largas y decididas.
Ahora, este taxista sabía perfectamente que una mujer sola en la calle a esa hora se siente insegura. Y no sólo no le importó, sino que me faltaba el respeto solamente para hacer gala de su “virilidad”. ¿Por qué alguien se siente en la posición de transgredir mi dignidad y provocarme miedo?
Ya no más.
Indignada, con mucha violencia, le di una patada a la puerta. El tipo subió rápido el cristal y me preguntó qué me ocurría, argumentando que él me estaba elogiando. Imbécil. No me importan tus comentarios. No quiero saberlos. ¿Qué te has creído? Las mujeres no tenemos por qué estar escuchando este tipo de cosas ni tenemos porqué andar con miedo la calle ¿Acaso no tienes hermanas? ¿Madre? ¿Hija?
Me dijo que estaba loca. Fue peor.
¿“Loca”? ¿Por qué? ¿Por reivindicar el respeto que merezco? Ahí sí que me volví loca.
Embestí su puerta con toda la rabia de todos los comentarios sexuales que he recibido en mi vida. Ataqué su ventana con mis puños, golpeando furiosamente en el cristal al tipo que me agarró el culo mientras subía al transporte público cuando tenía 16 años, al que me hizo gestos sexuales junto a su amigo en la calle cuando tenía 21 y a todos, todos los que alguna vez me hicieron sentir esa misma sensación de vulnerabilidad desde mi infancia hasta este momento.
“¡Esto no es por mí, es por todas! ¡No nos merecemos este miedo! ¡Esto no se lo haces a ninguna más!” le grité, mientras el tipo encendía el auto y se esfumaba como una rata por la calle vacía.
Y ahí me quedé un rato, con el corazón latiéndome en la garganta, lágrimas en los ojos y con la rabia nauseabunda de saber que todas las mujeres que conozco tienen historias similares…
Pensé en mi prima, a quien un taxista intentó subir a su auto a la fuerza. Pensé en mi amiga Catalina y también en Camila, a quienes, en situaciones separadas, las siguieron por la calle tipos que les decían groserías y propuestas indecentes. Pensé en la mujer desconocida que vi alguna vez, hace años, siendo acosada por un tipo en una camioneta mientras ella esperaba el bus, tarde. Pensé en mi mamá, que tantas veces tuvo que rebelarse a los “halagos” porque ya no soportaba más el acoso callejero. Pensé en la Fernanda, que se bajó llorando del transporte público porque un tipo se masturbaba mirándola.
Llegué al departamento de mi amiga tiritando, mientras por mi cabeza desfilaba la escalera inadmisible del machismo, de la cual el acoso callejero es apenas una parte del espectro… nace como comentarios en el seno familiar, escala a actitudes inapropiadas en los círculos sociales, halagos ofensivos en los espacios públicos, luego abuso sexual, secuestro, violación … ¿Cuánto es suficiente? ¿Cómo cortar de raíz el machismo?
Todas soportamos demasiado, desde siempre. Ya no más. No más quedarse calladas, no más miradas condescendientes, no más hacerse los desentendidos, porque todas nuestras acciones construyen la realidad lo queramos o no. Tanto nuestra voz como nuestro silencio tienen consecuencias. Por eso tenemos que responder. Contestarlo todo. Contestarle al que te ataca y al que la ataca a ella y defenderla aunque no la conozcas, porque bien podrías ser tú, tu prima, tu amiga o tu mamá. Que resuene en las bocas de todas las mujeres hasta que resuene en la cabeza de ellos y que les quede bien claro: Ya no más.
* Trinidad García Sepúlveda.
Naturalista, música y feminista de origen chileno. Cantante y compositora bajo el nombre Viva Australis, así mismo bióloga marina nivel máster 1. Eterna contestataria, actualmente continúa su búsqueda artística y sigue estudios de música en Francia.
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