A lo mejor estamos viviendo la historia que alguien dejó pendiente o quizás la repetimos hasta el infinito. Es probable que cambien algunos detalles, el escenario, los personajes, pero el argumento seguirá siendo el mismo. Me pregunto cuántas veces habré llorado la misma pena o reído la idéntica alegría, ¿será que habremos coincidido en el día, la hora, el minuto?, ¿será posible que el pasado se multiplique y estemos todos estancados en eso que vivimos e intentamos trascender? Me lo pregunto especialmente cuando estoy sola y siento que hay otra mirada que memoriza mis gestos, que toma nota de cuánto mecanizo mis andares para no quedarme quieta. Tal vez estamos desperfectos, algo falla en nuestro afán por salir de la rueda y dejar de girar eternamente y es imposible evitar que llegue el día en que miremos atrás y no nos preguntemos qué fue que hicimos, cuál fue el punto de partida, a dónde llegaremos. Tal vez he replicado la vida de otra mujer que vivió hace siglos y por eso de vez en cuando no me reconozco o he sentido, levemente, que no me pertenezco, que hay una cuerda invisible que me empuja hacia atrás y en esa sensación de tensión inexacta el forcejeo provoca un breve déjà vu que luego olvido. Me gustaría tomarme un café con esa otra mujer que ya pasó por donde aún no he pasado y preguntarle sin preámbulos cómo lo hizo para seguir adelante ahora que en mi casa vive una mujer multiplicada en la cocina, en el escritorio, en la cama, especialmente en la cama me desparramo insomne soñando los pendientes. La casa de esta mujer se manifiesta: explotan enchufes, se trizan las ventanas, exige orden y limpieza... mi casa ahora está arriba, en una nube. A veces tengo ganas de llorar y la nube/casa se humedece, las paredes se llenan de burbujas y yo le escribo cartas a esa otra mujer sobre el papel mural desprendido para que las reciba como réplica de una lluvia de invierno que tantas otras veces le ofreció palabras, las mismas palabras que ahora escribo y ella lee.
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