[esp] Alejandra Zúñiga Fajuri - ¿La primera constitución feminista del mundo?

[Nota: Esta columna reemplazará el “universal masculino” por el “universal femenino no excluyente” con el fin de corregir las disposiciones de la RAE y su nueva gramática de la lengua española (2009, sec. 2.2f), que establece que, cuando se hace referencia a sustantivos que designan seres animados, el masculino designa “a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos”. Para contrarrestar esto en esta columna el femenino será el que designe a todas las personas de la especie, sin distinción de sexos.]


Chile hoy está de moda. Los ojos del mundo se posan interesados y curiosos en lo que se ha llamado “el experimento político chileno” -inédito en la historia de la humanidad- consistente en la redacción de una Constitución con paridad de género. Por increíble que parezca, lo cierto es que, en pleno siglo XXI, Chile será el primer país del mundo con una Constitución escrita por igual cantidad de mujeres y hombres. Y la pregunta que nos hacemos quienes queremos ser una de esas mujeres es ¿qué podemos exigir, en contenido, a una Constitución escrita en paridad? O, si se quiere ¿qué significa tener una constitución feminista? 

Sabemos ya como son las Constituciones escritas por hombres. Lo han sido todas las conocidas hasta ahora. Pero, como señala Isabel Allende, aunque “el patriarcado es pétreo. El feminismo, como el océano, es fluido, poderoso, profundo y tienen la complejidad infinita de la vida…” y eso hace que hablar siquiera de feminismo sea incorrecto: hoy hay tantos feminismos como ideas de igualdad o de justicia y es tan “feminista” pedir igualdad de sueldo por igual trabajo, como abogar para que se remunere el trabajo doméstico y de cuidado, mayoritariamente realizado por mujeres. Es tan feminista apoyar las leyes de cuotas para acceder a espacios de poder, como rechazarlas con el argumento de mantener una igualdad formal “sin privilegios”. 

¿Qué es lo que “queremos las mujeres”? Para avanzar una respuesta debemos primero enfrentarnos con lo que se ha llamado “la paradoja Noruega”, que revela cómo las políticas de equidad desarrolladas por los países con mayor igualdad de género del mundo (Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia y Suecia) se han estancado inevitablemente [1]. Estos son, como se sabe, estados de bienestar que, aun cuando apoyan a las familias trabajadoras, promueven el permiso parental, dan soporte legal, político y cultural para alcanzar la igualdad de género, mantienen, al mismo tiempo, notables diferencias en cuestiones como la corresponsabilidad o la ocupación de puestos directivos. 

¿Por qué se ha detenido el cambio? Una posible explicación -responden las investigadoras- es que las mujeres prefieren desarrollar sus carreras en el sector público pues les da más estabilidad, aun cuando con ello contribuyen a mantener la brecha salarial, pues estos empleos tienden a pagar menos que los del sector privado. Lo mismo ocurre con la elección de carreras pues, según varios estudios desarrollados en los EE.UU. y el Reino Unido, los países con una mayor cultura de igualdad de género tienen una proporción menor de mujeres en carreras de ciencias, tecnología y matemáticas (STEM) [2]. La paradoja, entonces, se produciría porque en los países nórdicos, que tienen un mayor nivel de vida y bienestar, las mujeres jóvenes estarían eligiendo mayoritariamente carreras típicamente “femeninas” relacionadas con el cuidado, los servicios y los idiomas, aumentando las diferencias de género. Por el contrario, en las economías menos estables, las mujeres elegirían carreras STEM en función de los ingresos y la seguridad que brindan, incluso si prefieren otras áreas de estudio. Es decir (y aquí la paradoja) cuando disminuyen las preocupaciones económicas, como es el caso de países con igualdad de género, las preferencias personales se expresan con mayor fuerza y las diferencias entre los sexos aumentan.

Lo mismo sucede con las tareas domésticas y el cuidado familiar. Las medidas de igualdad han tropezado con una porfiada realidad. A pesar de contar con políticas de cuidado infantil subsidiado y horarios de trabajo flexibles para alentar a las parejas a compartir la crianza de las hijas, la división por género del trabajo parental sigue siendo muy importante. En Islandia y Suecia, que tienen las políticas más generosas, los hombres toman sólo el 30% de los permisos parentales, en Noruega el 19% y la proporción cae al 11% en Dinamarca y Finlandia [3]. El informe también señala otras tendencias que teóricamente debieran haber cambiado: aun es más probable que las mujeres elijan trabajar a tiempo parcial, inviertan más horas en las tareas domésticas y se hagan cargo del cuidado de familiares mayores. Incluso aquellas mujeres que pueden pagar y delegar esos trabajos elegirían no hacerlo, lo que evidencia que lo que influye en la elección de carreras, la inversión personal en el trabajo remunerado vs. las tareas de cuidado es más complejo que lo que a veces se quiere simplificar con las ideas de “patriarcado” y “techo de cristal”. 

Por cierto que la discriminación cumple un rol importante en la elección personal -como lo prueba la teoría de las preferencias adaptadas. Sin embargo, una comprensión completa del fenómeno nos obliga a sopesar también aquellos otros factores que influyen, decisivamente, en el valor que mujeres y hombres le dan a los trabajos de cuidado y reproducción. Hay varias explicaciones para esto desde la psicología evolutiva pues es evidente que, desde el punto de vista biológico, la contribución femenina vs. masculina en la reproducción es muy disímil [4]. “A nivel puramente biológico, la eyaculación masculina se produce de forma barata, rápida y constante. Las mujeres, sin embargo, requieren 28 días para pasar por un solo ciclo reproductivo y, si la concepción tiene lugar, contribuyen nueve meses a la gestación. En las sociedades de cazadores-recolectores (análogas a las circunstancias en las que tuvo lugar el 99% de la historia de la humanidad), la lactancia se prolongó hasta cuatro años. Durante este tiempo, la madre probablemente llevó al bebé con ella en las expediciones a un costo sustancial en calorías para ella, pero con los beneficios de la nutrición continua para el bebé” [5]. 

La historia muestra que las diferencias en el cuidado parental son universales y transculturales y aun cuando existen sociedades donde el compromiso masculino ha ido en aumento, no hay ninguna donde sea remotamente equivalente al materno [6]. No hay registro de culturas conocidas donde las madres abandonen voluntariamente a sus hijas en la misma medida en que lo hacen los padres. Todavía, después de un divorcio, la inmensa mayoría de las madres demandan la custodia de las hijas, a diferencia de lo que ocurre con los padres. Por ello todavía, a escala mundial -y como mostró crudamente la Pandemia del Covid-19- las mujeres realizan las tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado lo que, en promedio, les supone 4 horas y 25 minutos al día frente a 1 hora y 23 minutos que dedican los hombres. A lo largo de un año, esto representa un total de 201 días de trabajo (sobre una base de ocho horas diarias) para las mujeres en comparación con los hombres. A su turno, el principal motivo indicado por las mujeres en edad de trabajar para estar fuera de la fuerza de trabajo remunerado es el trabajo de cuidados, mientras que para los hombres el principal motivo es “estar estudiando, enfermo o discapacitado” [7]. El mismo estudio indica que en 2018, las madres de niñas menores de 5 años representan las tasas de empleo más bajas (el 47,6 por ciento) en comparación con los padres (el 87,9 por ciento).

¿Cómo puede una nueva constitución responder a esta realidad? ¿Qué tipo de cambios debiéramos promover teniendo en cuenta estos datos? Algún feminismo insistirá en que estas cifras son el resultado únicamente de las condicionantes sociales y culturales del patriarcado y que, por lo tanto, debemos insistir en el desarrollo de políticas que permitan eliminar todas las diferencias entre los sexos. Otro feminismo, en cambio, defenderá como legítimas las preferencias e intereses divergentes entre mujeres y hombres, valorando la especial relación que ellas tienen con las tareas de cuidado y exigiendo visibilizarlas y remunerarlas adecuadamente. Luego, si admitimos que las elecciones y la predisposición femenina a las tareas de cuidado -causadas, al menos en parte, por nuestra herencia evolutiva– hacen muy poco probable un cambio radical de los históricos roles de género -como muestra el ejemplo de los países nórdicos- entonces una Nueva Constitución debiera incentivar que, junto con la garantía de igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, haya también un reconocimiento real (monetario) y simbólico (aprecio y valor) al trabajo de cuidado. 

Personalmente he compartido con millones de mujeres la preferencia por el cuidado personal de mis hijas pequeñas en un contexto de corresponsabilidad con mi pareja. Pero sé que hay mujeres que prefieren delegar estas tareas a terceros y que, además, hay muchas otras que, queriendo cuidar, están ahogadas en la pobreza y no pueden elegir, porque para cuidar se requieren recursos y apoyo social. Por eso creo que una nueva constitución debiera incorporar, en la medida de lo posible, todos los “tipos de feminismos” y, junto con incorporar mandatos de corresponsabilidad, reconocer que cuidar es un derecho y ser cuidado también. Que se trata de un trabajo esencial que constituye la base invisible del bienestar social y que no puede seguir siendo carga sólo de las mujeres, sino que requiere ser socializado, recompensado y valorado también por la economía y el Estado.  


[1] UNDP. Human Development Report 2019. Beyond income, beyond averages, beyond today: Inequalities in human development in the 21st century. http://hdr.undp.org/en/2019-report 
[2] Stoet, G., & Geary, D. C. (2018). “The gender-equality paradox in science, technology, engineering, and mathematics education”. Psychological Science, 29(4).
[3] The Nordic Gender Effect at Work (2019). Secretary of the Nordic Council of Ministers, Nordic Council of Ministers. https://www.norden.org/en/publication/nordic-gender-effect-work  
[4] Bellis, M. A. and Baker, R. R. (1990). “Do females promote sperm competition? Data for humans”. Animal Behavior, 40, 997–9.
[5] Campbell, Anne C. (2013). A Mind of Her Own: The Evolutionary Psychology of Women. Oxford, Oxford University Press.
[6] Browne, Kingsley (2002). The Rutgers series in human evolution. Biology at work: Rethinking sexual equality. Rutgers University Press, New Brunswick, NJ. 
[7] OIT (2019). The Unpaid Care Work and the Labour Market.  An analysis of time use data based on the latest World. Compilation of Time-use Surveys / Jacques Charmes; International Labour Office – Geneva, ILO.



* Alejandra Zúñiga Fajuri (PhD) es profesora e investigadora en la Universidad de Valparaíso, Chile. Lleva 25 años defendiendo los DDHH de grupos vulnerables como el derecho a la salud de las personas con VIH-SIDA, el acceso a lenguaje de señas en la televisión para las personas sordas, la despenalización del aborto, entre otros. Hoy es candidata a la Convención Constitucional por el distrito 7.



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