Marzo de 2021
El movimiento de mujeres surge en Chile, emparejado a otras luchas, todas luchas de oprimidos y de sectores que comenzaban a vislumbrar sus derechos como garantía de supervivencia, en la segunda mitad del siglo XIX. Hablando de estos temas, siempre nos gusta imaginar a Eloísa Díaz, que se convierte en la primera médica de Chile y de América del Sur, en 1886. Esto gracias a un decreto ley, que en 1877 permite que las mujeres entren a la Universidad. Nos gusta imaginar a la joven Eloísa con su audacia y con la intransigencia de sus propios deseos. Su presencia -tan temprana- nos impulsa a ver el panorama del feminismo en Chile desde la perspectiva de mujeres que saltaron barreras, primero suavemente, desde su intuición, develando formas nuevas en la medida que avanzaban, con audacia, en el conocimiento de sus posibilidades.
Es indudable que el tema de la educación salta siempre a la vista a la hora de vislumbrar una inserción más profunda en la sociedad. Y Amanda Labarca es una figura impulsora del derecho a la educación en las primeras décadas del siglo XX. ¿Qué tenemos que conocer las mujeres? ¿Qué es lo que debe abarcar nuestro conocimiento? ¿Y quién nos debe entregar ese conocimiento? Estas preguntas fueron siendo contestadas en la medida que Amanda Labarca y otras mujeres se organizaban, creando círculos de estudio y analizando la posibilidad del sufragio como una meta realmente deslumbrante. En 1949, las mujeres chilenas obtienen el derecho al voto universal, interviniendo aquí el más poderoso movimiento de mujeres que ha tenido Chile, guiado por mujeres memorables como Elena Caffarena y Olga Poblete. Ese movimiento se llamó “Movimiento por la Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH)” y tuvo una vida de 18 fructíferos años (1935-1953).
Cuando nos interesa hablar del feminismo de este momento, en Chile, es absolutamente necesario profundizar en estos datos, con toda la enorme vitalidad y la importancia teórica y práctica que contienen. La lucha de las mujeres en contra de la dictadura durante 17 años (1973-1990), no sólo significó la capacidad de acción y de coordinación que desarrollaron en esos fatídicos años, sino que también significó la capacidad política de ver en el feminismo -con su extraordinaria consigna “democracia en el país, democracia en la casa”-, la guía que podía encauzar de una manera global la enorme batalla que implicaba expulsar al tirano y luego recuperar una sociedad libre. Julieta Kirkwood se alza aquí como la impulsora, la estudiosa, la que dinamiza la lucha desde otra forma de hacer política.
La revuelta popular que comenzó el 18 de octubre de 2019, tres décadas después del retorno a la democracia, le estalló violentamente en la cara a la sociedad chilena. Se liberaban a partir de ahí años de silencio, resignación y abusos sostenidos en la Constitución que dejó Pinochet. La Marcha Feminista, del 8M del 2020, convocó a cientos de miles de mujeres que gritaron por la libertad y la esperanza, insistiendo en denunciar múltiples opresiones e injusticias en el ejercicio del poder en diversos ámbitos y sentidos, el neoliberal y el patriarcal en primerísimos lugares.
Respondiendo al clamor de los pueblos que participaron de estas movilizaciones y concurrieron a las urnas en el posterior plebiscito, en unos días se elegirán a las 155 personas que conformarán la Convención Constitucional para redactar la nueva Constitución de Chile, primera en la historia de la humanidad escrita con paridad de género. Muchas mujeres, desde distintas zonas y generaciones, participan como candidatas, planteando la construcción de una sociedad justa y cuidadosa que considere el feminismo como fuente de principios y estrategias para nutrir la carta magna que será escrita. Pero aquí, cabe preguntarse ¿cuándo, cómo y por qué el feminismo se transformó de pronto en un referente tan fundamental para continuar en esta lucha? Muchas respuestas serán elaboradas en análisis posteriores. Pero es indudable que la fuerza, la convicción y la estrategia de convertir lo colectivo / político / solidario en una sola fuerza, derrumbando la lógica de lo íntimo / privado / individual como trampa para las denuncias y transformaciones, tiene que ver con lo que está pasando hoy, aquí, en la sociedad chilena.
Las feministas alzamos el grito de igualdad, de respeto y reconocimiento de lo diferente como parte fundamental de lo humano. Las feministas luchamos por el agua como un derecho de todos y todas, por el cuidado de la naturaleza y sus elementos. Las feministas alzamos la voz por darle valor al cuidado como trabajo fundamental para la sociedad y la importancia de poder decidir sobre nuestros cuerpos, contando con la información y mecanismos de apoyo desde el Estado. Incluimos el amor, la sororidad y la emoción en el análisis político, exigimos el reconocimiento de los pueblos originarios como tales y a las personas migrantes como sujetos(as) de derechos humanos. Levantamos la voz por el respeto de todas las personas, colectivos y comunidades, y la dignidad que merecen. Tomadas de las manos, seguimos contribuyendo a un mundo mejor, en lo doméstico y en lo público, porque ambos espacios se retroalimentan, porque en ambos las mujeres hemos sido ciudadanas de segunda clase y porque mientras eso perdure seguirá costando dolor y vidas. ¡Arriba las que luchan!
* Catalina Bosch Carcuro. Nació en Cuba hace 46 años y desde hace 30 vive en Chile. Psicóloga, Magíster en Psicología. Activista, Académica y Profesional en migración, interculturalidad y género. Candidata a la Convención Constitucional representando a la Coordinadora Nacional de Inmigrantes.
* Rosario Carcuro Leone. Chilena. 84 años. Estudió Pedagogía en Castellano en la Universidad Católica y obtuvo su post grado en el Instituto de Altos Estudios sobre América Latina, en la Sorbonne. Profesional y Activista por los derechos y la educación de las mujeres en Cuba y Chile.