[esp] Réjane Sénac - La insoportable pesadez

“Aguafiestas” (killjoy) sin humor, puritanas(os) que defienden la igualdad a costa de la libertad: tal es el bosquejo de retrato que se hace de las feministas que denuncian las desigualdades y la violencia que estructuran nuestras sociedades y nuestras vidas. A esta descripción desacreditadora responden, reivindicando la necesidad de hacer visibles las injusticias, y su alcance, para deconstruirlas cuestionándolas realmente, en profundidad. Se trata de mirar a la cara el “por qué” y el “quién” de las desigualdades para poder llevar un “hacia qué” justo y feliz para todas(os) y cada una(o). Denunciar conjuntamente un sistema de dominación/opresión y a los individuos que lo mantienen funcionando, no es darse un festín a la caza de los verdugos o entregarse a la victimización, es negarse a participar en la negación de las desigualdades y sus causas. Las acusaciones contra las feministas, en particular de delación (cancel culture o cultura de la cancelación), forman parte de una artimaña destinada a estigmatizar el dedo que señala, para no ver la triste y pesada realidad que muestra. Las feministas se asocian así a la pesadez que denuncian. Esto mientras que, como asimismo las(os) líderes de asociaciones y activistas comprometidas(os) contra las injusticias, las feministas afirman llevar un activismo que también puede ser alegre. El activismo alegre se considera una alternativa al burnout [agotamiento] activista porque es un vector de libertad y benevolencia, de sororidad. Este enfoque abierto del activismo se asocia a menudo con la famosa cita de la anarquista Emma Goldman, que contestó a una camarada que vino a decirle -mientras bailaba en una fiesta-, que su comportamiento no se ajustaba a la decencia exigida por la lucha: “una revolución en la que no pueda bailar no será mi revolución”.

Comprometerse con la igualdad es, por lo tanto, defender la libertad de todas(os) para ser livianas(os), pero también no tener que ocultar la pesadez que constituyen los sistemas de dominación y las trayectorias individuales. La estigmatización de la politización de la violencia y de las injusticias va, en efecto, de la mano de la desvalorización de quienes se asocian a una relación demasiado seria y pesada con la vida. “Toma distancia”, “deja ir”, “vive el presente”, “positivismo o ver la botella medio llena”, “disfruta”: estos mantras se enuncian como consejos indiscutibles y sabios. En cierto modo, marginan a quienes han sido moldeados por la pesadez de su historia, entre el camino individual y el colectivo. La oda a la liviandad forma parte de la valoración de un presente que no quiere complicarse con historias porque está separado de las historias, grandes y pequeñas. Adopta la forma de un mandato homogéneo que no tiene en cuenta el hecho de que ciertos presentes no son indisociables de un pasado que conlleva contradicciones y tensiones, violencia y encierro. Es negar la profundidad, potencialmente herida y dolorosa, que hace a lo humano. No se nace liviano o pesado, se llega a serlo, no por voluntad o por mérito o falta de él, sino por lo que compone el camino de cada una(o), cuyas herencias están más o menos cargadas de dureza y peso.

Es un círculo virtuoso para aquellas(os) cuya liviandad no es un imposible, ya sea por su historia personal o por su pertenencia a grupos privilegiados. Bajo la apariencia de benevolencia, es una violencia adicional para las vidas heridas, para los individuos vulnerables y violentados. El elogio de la liviandad es de un esteticismo aparentemente fácil, pero políticamente significativo. El modelo epicúreo y alegre, supuestamente al alcance de la voluntad que promueve, habla del carácter insoportable de la pesadez de las injusticias y la violencia. Lo que está en juego no es amordazarlas con este pretexto, sino aprehenderlas como inaceptables.

Ceñirse a un mandato de liberación y realización individual, a través de la promoción del desarrollo personal o cualquier otro bricolaje, entre agency [agencia] y empowerment, [empoderamiento], no permite cuestionar la dimensión colectiva y política de las desigualdades. De hecho, este enfoque se inscribe en una lógica meritocrática conservadora que transforma las desigualdades sistémicas en la expresión legítima de las debilidades y fortalezas personales. El mandato despolitizador “Si quieres, puedes” se aplica, de esta manera, como una pantalla que permite no ver estas violencias, estas injusticias que sólo estropean la fiesta cuando las hacemos visibles. Aguar la fiesta es, por lo tanto, un pasaje por el que transitar de manera obligada. Este paso es incómodo, incluso molesto, para quienes caminan con soltura y seguridad por el bulevar trazado por una historia que narra la legitimidad que tienen para caminar adelante. Quienes promueven este aguar la fiesta lo hacen conscientes del peso de esta historia, entre la rabia y la danza, hacia un horizonte más emancipado y compartido.



* Réjane Sénac, politóloga, autora, entre otras obras, de L'égalité sans condition. Osons nous imaginer et être semblables (Rue de l'échiquier, 2019) [La igualdad incondicional. Atrevámonos a imaginarnos y a ser iguales]. Su próximo libro Radicales et fluides. Les mobilisations contemporaines [Radicales y fluidas. Movilizaciones contemporáneas], que será publicado por Sciences Po Presses el 14 de octubre, aborda la posibilidad y las modalidades de una emancipación compartida analizando lo que es común y lo que es controvertido entre los compromisos por la justicia social y ecológica, contra el racismo, el sexismo y/o el especismo, compromisos a menudo aprehendidos como una suma de reivindicaciones particularistas. Para ello, realizó una encuesta cualitativa entre 124 dirigentes y activistas de asociaciones.



[1] Traducido del francés por Andrea Balart-Perrier.




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