Doris Lessing escribió: Que las dos carecían de “seguridad” y de “raíces”, palabras de la época de Mother Sugar, era algo que ambas reconocían con franqueza. Pero Anna, recientemente, había aprendido a usar estas palabras de un modo distinto, no como algo de lo que una debiera disculparse, sino como banderas o pancartas de una actitud que implicaba un sistema filosófico diferente. Había disfrutado imaginándose que le decía a Molly: —Nuestra actitud ante las cosas ha sido equivocada, y es por culpa de Mother Sugar. ¿Qué son esta seguridad y este equilibrio qué se suponen tan deseables? ¿Qué hay de malo en vivir emocionalmente día a día en un mundo que está cambiando con tanta rapidez?
Tuve veinte años una vez. El contexto es todo, como dijo Margaret Atwood. Tuve más también. El contexto seguía siendo importante. Siempre lo fue. Tanto que me perseguía como una policía. Es extraño, tus propios amigos toman los roles de detectives y policías. Quien está en tu cama tiene una importancia capital. ¡Incluso quién está en tus pensamientos y tu afecto! También está todo organizado. Éste sí, éste no. No te vayas a equivocar. Las consecuencias podrían ser fatales. El paredón y el cadalso. Tienes que rendir cuentas.
Se organizan entre ellos, van averiguando y avisando al de al lado. Había que administrar las reglas, supervisar. ¿Pero de dónde salían esas reglas? Vaya, no eran las mismas para todos. En una opción bastante flexibles, en otras, rígidas como fierro. ¿Cuántas veces se tienen veinte años? Lástima, te tocó en un contexto con amigos policías. Con amantes de las reglas. Con una moral muy particular, a la orden del día. ¿Pero de dónde salía esa moral? Lo peor probablemente sea darle hacia delante y supervisar una moral que te lanzaron encima sin cuestionártela. La policía a veces da miedo, se entiende. ¿Pero cuántas veces se tienen veinte años? Las preguntas con posterioridad cambian. Había que hacerlas en ese momento. Tenías las preguntas, pero el eco que provocaban te daban cuenta de tu soledad. La policía en el fondo, supervisa sin interesarse en lo esencial. En la posibilidad de modificar el contexto. En quién eres. Y toda esa vida disponible.
El problema probablemente no sea tanto la policía, sino las consignas que están detrás y que ésta debe supervisar. Los mandatos de estabilidad, de una persona al mismo tiempo, de cuáles personas pueden ser y cuáles no, etc. Cómo, cuándo, quién y hasta dónde. Las ideas de obligatoriamente instalarse de a dos, comprar una casa, firmar cosas, y solidificar todo bien estático, para que cuando llegue el agua, se quiebre, por supuesto, como una rama que no puede bailar con el viento porque olvidó lo que era el movimiento. Y vamos dándole infierno a las otras opciones, a los otros deseos, a las dudas, a las ganas de existir.
Puedes cambiar el contexto, que en definitiva puede que termine pareciéndose en algunos aspectos, pero la diferencia: en el nuevo contexto nadie te conoce. Puedes elegir. Los policías los dejas de lado. El contexto es todo, ¿o era la madurez? Uno u otro, como dijo Margaret Atwood. De pronto cumpliste cuarenta. La policía en sus cuarteles. ¿Y si cambiamos los cuarteles? ¿Y si damos movimiento a las reglas? ¿Y si nos desarraigamos de todo eso que nos aplastó y lo repensamos? Generalmente hay otros que tienen veinte años. Que quizá no podrán escapar del contexto. De los amigos policías. De las investigaciones libradas. De las reglas destinadas a reunir a las personas de a dos en circunstancias particulares. ¿Y si dejamos de interesarnos por la cama de los otros? ¿Y si respetamos los pensamientos y los afectos de los demás? La idea de clandestinidad me causa gracia ahora. Todo está basado en supuestos que pierden hoy rigidez. Se siente bien. Lástima que cuarenta sea quizá ya la mitad de tu vida. Pero la existencia sin la policía encima, aunque sea una semana, siempre es una razón para sonreír. El desarraigo de las reglas es una condición deseable. Como un ventilador un día de calor. El riesgo consiguiente de desaparecer es muy alto. Y quizá se pueda, como hizo Simone de Beauvoir, animarse a la exigencia de ir hasta el fondo de los deseos, de los rechazos, de los actos, de los pensamientos. Y desarraigarse del contexto para existir. Hasta que ya no sea necesario.
* Andrea Balart-Perrier es escritora y abogada de derechos humanos. Activista feminista, cofundadora, codirectora y editora de Simone // Revista / Revue / Journal, y traductora (fr-eng-esp). Nació en Santiago de Chile y vive en Lyon, Francia.
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