Desde hace bastantes años vengo escuchando la distinción entre habilidades “blandas” o no cognitivas, como también se las ha llamado, y habilidades “duras” o cognitivas. Las primeras, se identifican generalmente con rasgos, características y competencias personales que informan cómo un individuo se relaciona con los demás y son aquellas que se vinculan con la inteligencia emocional. Las segundas, por su parte, se relacionan con el conocimiento técnico y empírico obtenido durante el proceso educativo formal, en palabras de Tamara Ortega Goodspeed se refieren “al conocimiento de contenidos específicos y habilidades de pensamiento de orden superior que típicamente se pueden medir con pruebas de logro estandarizadas y calificaciones”. Sin embargo, hoy me incomoda absolutamente esta denominación, por cuanto no sólo la considero desacertada, sino que responde además a la lógica patriarcal que ha intentado instalar por décadas la consigna de que las habilidades “blandas” son atributos “femeninos” y las “duras”, “masculinos”.
No solamente ha conducido a error en términos epistemológicos, sino también, se trata de un reflejo más de cómo la cultura patriarcal -que busca incansablemente el éxito, entendido éste de acuerdo a la RAE como el “resultado feliz de un negocio…”- aleja a las mujeres del mismo, relegándonos a ser “exitosas” solo en la medida en que nos comportemos de manera “masculina” y peor aún, en que dejemos las mal llamadas habilidades “blandas” en un segundo lugar.
Las habilidades no son ni “blandas” ni “duras”, las habilidades son y deben combinarse y desarrollarse en distintos dominios de acción, por lo que podríamos hablar de habilidades técnicas, relacionales, socioemocionales, artísticas, críticas, manuales, deportivas, comunicacionales, etc. Por ejemplo, catalogar de “blanda” a la habilidad relacional de la reflexión, sería un error imperdonable, considerando que su desarrollo es fundamental en el ámbito de las relaciones según lo expresado por Humberto Maturana -reconocido biólogo y filósofo de nacionalidad chilena, recientemente fallecido-. La reflexión es un acto en la emoción en que se sueltan las certezas y se admite que aquello que se viene pensando, creyendo y opinando, puede ser observado y analizado y a partir de ello, admitido, adaptado, rechazado o modificado. La responsabilidad del actuar de los seres humanos proviene de la reflexión. Por tanto, seguir considerando a la reflexión como una habilidad “blanda”, no es más que despreciar uno de los actos que da más sentido a la vida y a la vez, que con mayor potencia nos permite adaptarnos a las distintas circunstancias del vivir. Sin ir más lejos, el ejercicio permanente de la reflexión en estos tiempos de pandemia, no ha sido más que una constatación de lo fundamental que es esta habilidad, ya que por medio de ella hemos podido adaptarnos a nuevas maneras de vivir.
Tampoco suena coherente señalar que las habilidades enfocadas en el conocimiento técnico sean “duras”, entendiendo de acuerdo a la RAE que la dureza, responde a “1. Cualidad de duro; 2. Tumor o callosidad que se hace en algunas partes del cuerpo; y el adjetivo duro se refiere a: Dicho de un cuerpo: Que se resiste a ser labrado, rayado, comprimido o desfigurado, que no se presta a recibir nueva forma o lo dificulta mucho; Dicho de una cosa: Que no está todo lo blanda, mullida o tierna que debe estar; Fuerte, que resiste y soporta bien la fatiga; Áspero, falto de suavidad, excesivamente severo; Riguroso, sin concesiones, difícil de tolerar; Violento, cruel, insensible; Terco y obstinado; Que no es liberal, o que no da sin gran dificultad y repugnancia; Dicho del estilo: Áspero, rígido y conciso”. Dicha denominación carece absolutamente de sentido. No solamente se trata de una equivocación terminológica, sino además, intencionada, de vincular cierto género a ciertas características, estrechamente relacionado con el rol que deben cumplir en un cierto orden social.
Al poco tiempo de titularme de abogada me percaté de que las mujeres nos dedicábamos más a ciertas especialidades del derecho que a otras. En particular, al área del derecho de familia, y que los hombres se dedicaban más, por ejemplo, al derecho tributario o al derecho comercial. La respuesta generalizada que se daba, era que trabajar con familias implicaba tener habilidades “blandas” y que trabajar con empresas, sociedades u otras instituciones relacionadas, implicaba tener habilidades “duras”. Sin embargo, dedicarse a uno u otro ámbito del derecho, no dice relación con los gustos ni las preferencias de un cierto género, ni con una cierta naturaleza humana, sino con el desprecio o matiz de inferioridad, siempre presente, hacia las habilidades “blandas” y el reconocimiento de una superioridad en relación a las habilidades “duras”, lo que genera y ha generado graves consecuencias, que se traducen, por ejemplo, en las diferencias abismantes en la remuneración de unas y otros, en la presencia en los altos cargos públicos y privados, en la aprobación e implementación de leyes, etc.
En las reformas judiciales en Chile, la reforma procesal penal y la reforma de los tribunales de familia, también hubo este sesgo en la manera en que se decidieron y se llevaron a cabo. En relación a la valoración última de su necesidad, “ésta estuvo condicionada por relaciones de género ancladas en la profesión legal que jerarquizaron de manera distinta la experticia de cada grupo promotor. Dicho de otro modo, en la batalla de estos grupos por ser reconocidos como expertos de derecho, dignos de ser tomados en cuenta por las autoridades, se movilizaron imágenes feminizadas (y devaluadas) de las competencias, alianzas, e ideas de los abogados promotores de la reforma de familia; y en cambio, imágenes masculinizadas de los expertos promotores de la reforma criminal. Como resultado, la experticia de ambos grupos se organizó en función de las diferencias sexuales de sus miembros, lo que a su vez jerarquizó el valor y necesidad de ambas reformas”, como señala María José Azocar Benavente, en su investigación titulada Expertos en derecho: profesión legal, género y reformas judiciales en Chile. En el debate para implementar esta reforma, la investigación señala que, “cada grupo promotor presentó un discurso distinto respecto de sus competencias”, y “la decisión de especializarse en el área de familia tenía que ver con una competencia “natural” que radicaba en su sensibilidad “especial” como mujeres, lo que se traducía en su disposición por priorizar acuerdos por sobre confrontación y a transar compensaciones económicas por las compensaciones emocionales de su trabajo”. Lo anterior, según se indica en el texto, se tradujo en la división del trabajo “entre mujeres que hacían el trabajo “sucio” de la litigación para facilitar a sus colegas hombres concentrarse en el trabajo “puro” de pensar la doctrina.”
Llevo más de 10 años estudiando e impartiendo clases de negociación y desarrollo de habilidades relacionales en universidades, instituciones públicas y empresas. Ha sido esta experiencia, la que me ha permitido conocer en profundidad esta temática y llegar a un punto de inflexión por el que decidí suprimir de los contenidos de la asignatura que imparto, la denominación de habilidades “blandas” y “duras”.
En el master de derecho de familia que realicé en la Universidad de Chile, constaté una vez más lo señalado anteriormente: el 90% del curso éramos mujeres y sólo un 10%, hombres. Luego me vine a vivir a Barcelona, y me encontré con la triste sorpresa, al ingresar a un master de mediación de conflictos en la facultad de psicología de la Universitat de Barcelona, que la gran mayoría de mis compañeras y compañeros, y académicas y académicos, eran mujeres. ¿Por qué? Porque se trataba de un master en el que se desarrollaban principalmente habilidades “blandas” y pensé inicialmente “oh no, este es un karma que me persigue”, pero claramente no se trataba de un karma o una persecución, sino de un mismo fenómeno en ambos lugares.
Me siento afortunada de haber tenido de madre a una mujer excepcional, abogada de profesión, destacada por eso y por sus infinitas mal llamadas habilidades “blandas”. Sacó adelante a una familia conformada solo por mujeres y nos mostró, a través del ejemplo, las distintas maneras de vivir y convivir con éxito que podíamos elegir sin tener por ello que adquirir características “masculinas” ni ser mantenidas financieramente por nadie. Nos invitó a generar un estilo propio, con énfasis en el desarrollo de habilidades relacionales, mostrándonos lo poderosas y potentes que éstas podían ser en cualquier espacio de acción, lo anterior, sin dejar de lado el esfuerzo, la rigurosidad, la responsabilidad, los conocimientos, la técnica, la ciencia y los valores como parte integrante y fundamental del desarrollo humano. Por otra parte, tengo una pareja, músico, en quien no existe esta división en habilidades masculinas y femeninas, duras y blandas, y también gracias a eso he podido darme cuenta de que las habilidades no tienen nada que ver con la biología, sino con la cultura y lo que se ha asociado a un género u otro.
Las habilidades relacionales y emocionales debieran estar en la primera línea de enseñanza. Sin duda constituyen el espacio de humanidad que debe estar presente en cualquier esfera en la que nos movemos. Probablemente sea el momento de trascender estas distinciones y permitir a cada ser humano desarrollar toda una gama de habilidades, permitiéndole así aportar a una sociedad más igualitaria, lograr una mayor comprensión del presente y vínculos más profundos.
* Piedad Esguep Nogués, chilena-catalana, vivo en Barcelona. Abogada, profesora de negociación y desarrollo de habilidades relacionales, magister en derecho de las familias, infancia y adolescencia de la Universidad de Chile y candidata a master en mediación de conflictos por la Universitat de Barcelona. El nombre de mi amada perrita Chabuca es en homenaje a la cantante Chabuca Granda, a Perú y a la música.
Excelente reflexion
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