[esp] Juliana María Rivas Gómez - La desconexión emocional y la falta de comunicación: una constante masculina

Febrero 2023

Durante el último año he comprendido por qué a los hombres les toleramos con más liviandad sus comportamientos de desconexión emocional. Este proceso de reflexión ocurrió no sólo desde mis estudios de los feminismos y de las estructuras patriarcales, sino que también desde una experiencia personal e íntima. A los hombres no los cuestionamos tanto como lo hacemos con nosotras mismas. ¿Revolucionaria declaración? Ni en lo más mínimo. Pero verlo, vivirlo y sufrir en el proceso fue algo nuevo para mí, especialmente porque el espacio personal en que esto ocurrió fue uno entre personas que nos definimos como feministas o aliados del feminismo. Hombres que activamente (tal vez más en el discurso que en sus acciones) se definen como en constante cuestionamiento de sus, a veces tóxicas, masculinidades. 

Con mi ex pareja después de tres años juntos yo decidí que era mejor pausar nuestra relación. A pesar de esto, seguimos haciendo nuestras vidas juntos, compartiendo y viéndonos a diario, hasta que un día dejó de responderme mis mensajes o de preguntarme cómo había estado mi día. Sin comunicar nada simplemente cortó nuestra relación de comunicación diaria y con eso también nuestro vínculo emocional. Sin querer entrar en detalles del porqué, lo que ocurrió en términos prácticos es que movilizó su cariño y su dependencia romántico-sexual desde mí hacia su nueva pareja. Esto fue emocionalmente devastador para mí. 

Sin embargo, no es eso lo que me impulsa a escribir esto. No quisiera ahondar en los detalles de esa relación, sino reflexionar sobre lo que esta experiencia significó para mí políticamente y de cómo mi proceso de sanación emocional llevó a una reflexión sobre lo certera que es la idea de que lo personal es político. 

A los hombres les damos más libertad para escapar de las responsabilidades afectivas, si él no quiere hablar es porque no puede, le cuesta, nos conformamos con la idea que a los hombres no les enseñaron a trabajar sus emociones como a nosotras. Mostrarse vulnerable, llorar, demostrar fragilidad emocional, no es algo que esperamos de ellos [1]. 

Mi generación, sin embargo, ha estado muy cerca del desafío de cambiar las formas en que enfrentamos nuestras relaciones sociales románticas, de cuestionar lo conocido. Muchos hombres de mi generación han participado en espacios en que se discute y reflexiona sobre la masculinidad y el amor romántico; sobre cómo alejarse de las formas patriarcales de vincularse con las mujeres; sobre los vínculos afectivos entre hombres, sus lazos amistosos y muestras de cariño; sobre sentirse seguros y cómodos de expresar sentimientos y fragilidad; reflexionar por qué a veces nos sentimos vulnerables por mostrar emocionalidad en espacios o con personas en que hay expectativas diferentes. [2] Pero los seres humanos somos complejos, no podemos decidir que no nos perturbe lo que sentimos. Incluso en relaciones de trabajo nos relacionamos de manera personal con otros individuos y eso necesariamente va a tener consecuencias en los vínculos laborales. Entonces ¿por qué no relacionarnos de manera diferente? Generar nuevas formas de relacionarnos ha sido una lucha de las izquierdas feministas y anticapitalistas, formas que consideren la complejidad de las personas, que asuman la vulnerabilidad como parte inherente a nuestras posibilidades de acción y que no sea visto como una debilidad. 

No nos sorprendemos si un hombre no comunica sus sentimientos, estamos acostumbradas a que así sea. Damos concesiones a los hombres, les dejamos los espacios abiertos para que mediante ensayo y error (posiblemente más errores) nos demuestren que lo están intentando. En este caso personal, yo le facilité a él su proceso al sufrir en silencio en su presencia, pero a viva voz con mis amistades. También tuve que descifrar que él estaba saliendo con otra persona, aunque me siguiera insistiendo en que me amaba. Él no tuvo que generar el incómodo momento de decirme que estaba ya involucrado profundamente con otra persona; supuse que así era, lloré en privado y le otorgué espacios libres de mi presencia para que siguiera con su vida y su nueva pareja. 

Permanentemente me excluí de espacios porque me era difícil emocionalmente, pero también para no molestarlo él y al mismo tiempo no incomodarla a ella. Con el tiempo he entendido que era él quien estuvo generando espacios de incomodidad para ambas. Esto lo pudimos descifrar juntas con su nueva pareja cuando al fin, por iniciativa de ambas, quebramos el silencio y nos presentamos la una a la otra luego de meses de encuentros tanto fortuitos como previstos sin que él fuera capaz de romper el círculo de estupidez. 

Me siento feliz y orgullosa por ese momento en que me acerqué a ella. Fue un evento muy íntimo (también un poco incómodo), de fuerza feminista y solidaria. Haberla conocido me ayudó a sentirme más libre y a dejar de sentir persistentemente que él estaba siendo cruel por no facilitar esa transición. Supe que ella también sentía la desesperanza de su falta de comunicación e insensibilidad, lo que evidentemente suscitó pena y frustración, pero a la vez ya no me sentía sola ni loca. 

No seré yo quien le explique a él la importancia política de comunicar y hablar sinceramente en especial con las personas que queremos y respetamos. Creo que, como muchos otros hombres del mundo occidental en el que vivo, él es un sujeto del patriarcado y ese aprendizaje es su responsabilidad (o responsabilidad colectiva al menos, pero mía no es). Su actitud me desestabilizó tan profundamente que yo misma me sorprendí de lo mucho que una separación podía afectarme. Con el tiempo pude comprender que lo que me afectó y me causó más dolor fue su silencio, me dolió que él fuera capaz de sacarme de su vida afectiva tan rápidamente y que para nadie fuera una sorpresa; y que nadie, ni yo misma, lo hiciera responsable del daño que me hizo. 

La cultura del patriarcado ha calado tan profundamente que ha generado una idea de lo femenino en subordinación a lo masculino, lo público como dominante en relación a lo privado. En esto se generan relaciones de poder en la división sexual. No es nada nuevo, ya ha sido explicado por grandes exponentes del feminismo. Me vi reflejada en esa tesis cuando decidí silenciarme y dejar que las experiencias de crueldad no traspasaran hacia la esfera pública para no importunar a nadie. Mas, la vida no es binaria: lo que me afecta personal e íntimamente no se queda guardado en mi espacio privado, lo llevo conmigo a mi trabajo, a mi vida social, no puedo escindirlo de mí. La idea de que podemos dividir lo público de lo privado contribuye a sostener las estructuras patriarcales. Hoy sigo compartiendo con mi ex pareja en espacios colectivos donde forjamos relaciones personales, pero también donde se trabajan relaciones sociales de producción: estamos los dos involucrados en un mismo proyecto colectivo. Resolví que comunicarle todo esto no era beneficioso para mi proceso de sanación y decidí no involucrarlo porque ya no estamos vinculados íntimamente. Él es y será (por razones prácticas y otras no tanto) parte de mi vida. 

Mi decisión, que es parte de mi aprendizaje político, es no permitir que algo así me ocurra otra vez. Quisiera estar más alerta para identificar con tiempo ciertos riesgos, y desde el amor y también desde la racionalidad poder tomar distancia y escoger mi felicidad y paz propia. Cuando la falta de comunicación en una relación vuelva a generar oscuridad y desdicha en mi vida, quisiera actuar de manera diferente, ser firme y fiel a mis convicciones políticas. He visto que a los hombres les otorgamos más libertades, no queremos quebrarles el esquema con nuestros sentires. Ellos no esperan que alguien les exija explicaciones por cómo se comportan en sus espacios privados, y en este caso, la actitud de desidia aportó a que nadie, ni siquiera yo misma, exigiera una explicación. 


Notas:
[1] El patriarcado ha confinado a las mujeres a esas esferas de la vida: nosotras lloramos, sentimos, amamos, cuidamos. El capitalismo se alimenta de esto y establece que las labores de cuidado y de reproducción de la vida sean ejercidas por amor, a pesar que estas deben necesariamente ser realizadas para sostener la producción capitalista (necesitamos comer, vestirnos, cuidar de nuestras niñas y niños). Esta es por supuesto otra gran lucha de los feminismos: el desafío material que tenemos de reconocer el valor que tienen las labores de cuidado que son en su mayoría realizadas por mujeres, lo que nos remite a una posición jerárquica menor, porque a estas labores no se les otorga valor. Entonces, la estructura capitalista exige que seamos las mujeres las que tengamos la capacidad (¡sino el deber!) de relacionarnos desde el amor y la compasión, y los hombres quienes “deben” relacionarse desde la racionalidad, la eficiencia, la productividad; y no esperamos que lo hagan desde la otra vereda. Aquí también surge la discusión sobre las muestras de cariño y de amor y de preocupación (que se nos exige más a las mujeres), que también pueden ser definidas como de reproducción de la vida, que ayudan a, por ejemplo, ser más feliz, sonreír, estar tranquilo emocionalmente, lo que indiscutiblemente aporta a la eficiencia y producción capitalista. Desde aquí invito al lector a continuar leyendo sobre la división social y sexual del trabajo en el modelo capitalista y de cómo estas sostienen y promueven las estructuras de dominación hacia las mujeres y las disidencias sexuales.

[2] Las relaciones sociales en el mundo capitalista tienen ciertas expectativas. El sistema que nos mueve hoy es uno que insiste en la individualidad y competencia entre nosotros. El tiempo que usamos para trabajar debe ser lo más eficiente posible para no perder capacidad productiva (mía o de otro) porque eso hacer perder capacidad de generar valor a nuestro tiempo. Se espera que esas relaciones productivas sean libres de emoción, son relaciones de producción que requieren racionalidad y rapidez



* Juliana María Rivas Gómez (ella), feminista y socióloga magíster en desarrollo urbano. Es fundadora y miembro de la asociación Vía Austroboreal e.V. con sede en Berlín, dedicada al desarrollo de proyectos socio-urbanos en Latinoamérica y Europa. Trabaja además de manera independiente en proyectos relacionados a temáticas de migración, justicia climática y (post)colonialismo. Participa activamente en organizaciones vinculadas a las luchas emancipadoras principalmente de Latinoamérica. Actualmente vive en Berlín.




© A. Michelle Rosas Martínez.

© Estefanía Henríquez Cubillos.





Original photographies © Francisca Campero (1 & 2) © Celeste Laila D'Aleo (3).
Image postproduction: Andrea Balart. 

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