Todavía estaba dentro de mí, bajo la piel, detrás de mis ojos. La mujer que alguna vez quisiste tenía pulso aún. Si no me veías fue porque tampoco yo me veía, pero sabía que abrirse requería tiempo, eso tú no lo sabías. Tuve que rehuir del espejo mucho tiempo, me tocaba ser un poco translúcida, nos tocaba querernos más que nunca, tenías que haberme querido. Pensé, en uno de esos días difíciles, que nunca más volvería a ser mujer y sin embargo qué manera de serlo, en todo su esplendor. Yo no lo sabía y ahora lo entiendo, tal vez me equivoqué por no hacer preguntas, por haber supuesto que el amor también se adormecía cada tanto para luego despertar como si nada, no sospechaba que hay paréntesis que también son historias, a veces las más importantes. Cuando todo pasó tú ya no estabas. Me costó siglos recoger mis pedazos y armarme de nuevo. Me costó aún más abandonar ese paréntesis mientras la incipiente madre que era abrazaba a la nueva mujer que hoy, después de años, puede mirarse al espejo y maravillarse, decirse: “esta soy yo ahora y me encanta”. Hay dolores que nos hacen florecer porque siempre fuimos primavera; ahí te dejo flores para que hagas con ellas lo que quieras, yo tengo de sobra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario