[esp] Cecilia Katunarić - La apropiación de la literatura por las mujeres

Ellas sabían leer pero no sabían escribir. 
Aún más tiempo todavía, les costó acceder
 a la libertad de poder elegir 
los temas de sus lecturas. 
Sin embargo, la lucha más larga que 
mantuvieron las mujeres fue la 
obtención del reconocimiento 
de su producción escrita: 
este reconocimiento se dirigía 
–como se dirige todavía– naturalmente 
a los hombres, sobre todo cuando 
esta actividad no era simplemente 
ocasional [1] (Adler et Bollmannn, 2007)



    La literatura escrita por mujeres representa un hecho cultural tardío, pues durante veinte siglos, se difundió mayoritariamente la literatura de autores hombres, oficializando el poder patriarcal. La prohibición del aprendizaje de la escritura en las mujeres explica, en gran parte, la invisibilidad de éstas en la Historia. En efecto, la mantención de la ignorancia femenina fue el modus operandi de la dominación patriarcal para justificar la discapacidad intelectual de las mujeres en la toma de decisiones políticas y, por lo tanto, su confinamiento en la esfera doméstica. 

    Salvo algunas excepciones, [2] se estima que las mujeres comenzaron a escribir bajo circunstancias muy restringidas a finales de siglo XVII y principios del XVIII: “Ella debió cuidar que su oficio no fuera descubierto por sirvientes o visitas o cualquier persona que no fuera de su familia. Jane Austen escondía sus manuscritos o los tapaba con un pedazo de papel secante [3].” (Woolf, 1929).

    A partir del siglo XIX, las mujeres escritoras [4] se apropiaron de la escritura, transformándola en un espacio de vocación y desarrollo profesional. Así, las primeras publicaciones de las escritoras oficializaron la literatura escrita por mujeres. Se trató de un proceso transgresivo y progresivo. En un primer tiempo, las pioneras encubrieron sus identidades literarias para asegurar la publicación y la difusión de sus creaciones: el anonimato, el pseudónimo, el travestismo y la asignación de la obra literaria a un hombre, fueron las estrategias más frecuentes. En un segundo tiempo, las escritoras que asumieron sus autorías fueron desvalorizadas por la crítica literaria. Efectivamente, desde su génesis, esta producción ha sido concebida como una literatura menor, pues su impronta femenina la sitúa por debajo de la literatura universal o la literatura escrita por hombres. Esta subestimación explica el porqué de la invisibilidad de las autoras y sus obras en los anales de la literatura universal. 

    Tanto el tema de las restricciones del acceso a la escritura como el lugar de las mujeres a principios del siglo XX, se destacaron en el polémico ensayo "Un cuarto propio" [5] (1929) de la novelista y ensayista anglosajona, Virginia Woolf. El manifiesto cuestionó, por la primera vez, la paradoja entre la omnipresencia de los personajes femeninos en la literatura universal y la ausencia de las mujeres en la historia: 

Surge un ser compuesto y muy raro: imaginativamente de la mayor importancia; en la práctica, por completo insignificante. Ella impregna la poesía de principio a fin; ella está casi ausente de la historia. Ella domina en la ficción la vida de reyes y conquistadores; en la realidad, es esclava de cualquier jovenzuelo forzado por sus padres a ponerle un anillo en el dedo. Algunas de las palabras más inspiradas, algunos de los más profundos pensamientos de la literatura se desprenden de sus labios; en la vida real apenas sabía leer, apenas deletreaba y era propiedad de su marido [6]. (Woolf, 1993).

    Virginia Woolf contrastó la autonomía de las heroínas con la instrumentalización de las mujeres, impulsando de este modo, el desmantelamiento de los mitos patriarcales. Veinte años después, el mito de la mujer en la literatura fue profundizado por la filósofa francesa Simone de Beauvoir en su obra crítica, El segundo sexo [7] (1949), el libro de combate de la liberación de las mujeres:

El mito de la mujer desempeña un papel considerable en la literatura, pero, ¿qué importancia tiene en la vida cotidiana? […] Así, a la existencia dispersa, contingente y múltiple de las mujeres, el pensamiento mítico contrapone el Eterno Femenino, único y estático; si la definición que se da de él se contradice con las conductas de las mujeres de carne y hueso, estas últimas están equivocadas: se declara, no que la Feminidad es una entidad, sino que las mujeres no son femeninas [8] (Beauvoir, 2020, p. 323).

    La comparación entre el mito de la mujer y la condición de las mujeres establecida por Simone de Beauvoir identificó la femineidad como un atributo cultural: “no se nace mujer, se llega a serlo”. Así, esta máxima contribuyó a la distinción entre sexo y género, por lo tanto, a la desnaturalización el sexo biológico hombre/mujer con el binomio de los géneros, masculino/femenino [9].

    En la década de los setenta con la llegada del posestructuralismo [10], un nuevo campo reflexivo se posicionó en el espacio académico formal, “los estudios de la mujer”, repercutiendo en las ciencias sociales, las humanidades y el arte. Dentro este contexto, la literatura escrita por las mujeres fue examinada por la crítica feminista [11], destacando la obra maestra, La risa de la Medusa [12] (1975) de la filósofa franco-argelina Hélène Cixous. La erudita concibió entonces, la noción de “la escritura femenina”: la expresión libre de pensar el mundo y la condición de las mujeres; una revolución de sororidad que incentivaba a las mujeres a escribir sobre ellas mismas. Al mismo tiempo, los análisis deconstructivistas [13] percibieron “la escritura femenina” como una manifestación de “la diferencia sexual.” En consecuencia, la noción de “la escritura femenina” como materia constitutiva de la literatura escrita por mujeres franqueó las codificaciones universales, distinguiendo otras representaciones del universo de las mujeres desde lo femenino. 

    A partir la década de los ochenta, “los estudios de la mujer” formalizados como “los estudios de género” [14] remarcaron cómo las relaciones de poder entre los sexos determinaron los prejuicios androcéntricos y etnocéntricos del canon académico: los primeros evidencian una mirada centrada en el hombre blanco heterosexual; los segundos una óptica cuyo punto de compresión es la cultura occidental (Montecino y Rebolledo, 1996)  [15]. Así, los estudios de género en literatura integraron a las autoras del margen literario, descolonizando los discursos hegemónicos.

    No obstante, una década más tarde, la epistemología de los estudios de género fue cuestionada por la queer theory (Butler, 1990) [16]. Esta teoría acusó el esencialismo del género, afirmando que la heterosexualidad era una invención cultural (Tin, 1996) [17]. Así la doxa de la heteronormatividad al atribuir lo femenino a la mujer y lo masculino al hombre como la norma natural, excluía a la diversidad sexual. De este modo, la teoría queer, no sólo visibilizó a la comunidad LGBTQIA+ [18], sino también las producciones culturales de la disidencia sexual. Por consiguiente, en el debate actual, resulta pertinente revisar la literatura escrita por mujeres por ser ésta también, el reflejo de las fallas subversivas del sexo biológico y de la construcción del género femenino.

    Actualmente, el debate sobre el lugar de la mujer y lo femenino en la literatura conforma un paradigma transversal abordado por diferentes campos de estudios. Sin embargo, más allá de seguir indagando tanto en las representaciones ficcionales de las mujeres como en las improntas características de la escritura de mujeres, resulta justo preguntarse dos cosas. La primera, ¿hasta cuándo celebraremos la inclusión de mujeres autoras como hechos aislados en los programas de estudios? La segunda, ¿por qué aún, nosotras, quienes escribimos, nos cuesta tanto hacernos un espacio de escritura en la academia? Las respuestas tácitas sólo nos conducen a entender que el proceso de la apropiación de la literatura por las mujeres sigue siendo una lucha histórica.


[1] Adler, Laure y Bollmannnn, Stefan, Les femmes qui écrivent vivent dangereusement [Las mujeres que escriben viven peligrosamente], Paris, Flammarion, 2007, p. 18.

[2] Hildegarde Von Bingen (1098-1179), Catalina de Siena (1347-1380) Christine de Pisan (1365-1430), Beatriz Bernal (1501-1562), Teresa de Ávila (1515-1582), Louise Labé (1524-1566), Madame de La Fayette (1634-1693), Juana Inés de la Cruz (1648-1651), Úrsula Suárez, (1666-1749).

[3] Woolf, Virginia, Un cuarto propio, Santiago de Chile, Cuarto Propio, 1993, p. 70.

[4] Jean Austen (1775-1817), Johanna Schopenhauer (1766-1838), Germaine de Staël (1766-1817), Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859) Mary Shelley (1797-1851), La Comtesse de Ségur (1799-1874), las hermanas Brönte (1800), George Sand (1804- 876), Elizabeth Barrett Browning (1806-1881), George Eliot (1819-1890), Alejandra Amalia de Baviera (1826-1875), Christina Georgina Rossetti (1830-1894) Emily Dickinson (1830-1886), Rosalía de Castro (1837-1885).

[5] Woolf, Virginia, A Room of One's Own, Cambridge, Newnham College and Girton College, 1929.

[6] Woolf, Virginia, Un cuarto propio, op. cit., p. 49.

[7] Beauvoir, Simone, Le deuxième sexe [El segundo sexo], Paris, Gallimard, 1949.

[8] Beauvoir, Simone, El segundo sexo, Ediciones Cátedra Universitat de Valencia, Valencia, 2020, p. 323.

[9] El sexo es a la biología como el género es a la cultura, fue la primicia de la socióloga británica Ann Oakley en 1972.

[10] El posestructuralismo es conocido también bajo el nombre de la french theory. Los teóricos de la french theory: Louis Althusser, Jean Baudrillard, Simone de Beauvoir, Hélène Cixous, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Michel Foucault, Félix Guattari, Luce Irigaray, Julia Kristeva, Jacques Lacan, Claude Lévi-Strauss, Jean-François Lyotard, Jacques Rancière y Monique Wittig.

[11] Las teóricas feministas postestructuralistas francesas: Lucy Irigaray, Julia Kristeva, Antoinette Fouque, entre otras.

[12] Cixous, Hélène, Le rire de la Méduse et autres ironies [La risa de la medusa], Paris, Gallimard, 1975. 

[13] Algunos representantes de la deconstrucción son Jacques Derrida, Hélène Cixous, Lucy Irigaray y Julia Kristeva.

[14] Estudios de género o gender studies también conocidos como los estudios femeninos o women’s studies. Es una de las ramas del corpus postestructuralista.

[15] Montecino, Sonia y Rebolledo, Loreto, Conceptos de género y desarrollo, Santiago de Chile, Serie de Apuntes Docentes, PIEG, 1996.

[16] En el sentido que le otorga Judith Butler en su obra Gender Trouble [El género en disputa](1990) donde muestra que, lejos de la claridad, los géneros están en constante perturbación, multiplicidad e incertidumbre. La obra publicada en 1990 se convirtió en el ícono del movimiento LGBTQIA+.

[17] Tin Louis-Georges, The Invention of Heterosexual Culture [La invención de la cultura heterosexual], New York, Dutton Books Pinguin, 1996.

[18] LGBTQIA+: Sigla de las iniciales Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transgénero, Queer, Intersexual, Asexual, +.



* Cecilia Katunarić, crítico literaria feminista, especialista en estudios de género y culturales. Docente, Departamento de Español, Universidad de Bretaña Occidental, Brest, Francia.




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