Esperemos que cada vez sean más y más mujeres que hablen más y más fuerte, y que sus voces ocupen todo el lugar que les corresponde en la definición de eso que llamamos amor. Así termina su libro Reinventar el amor, Mona Chollet: cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales.
Considerado en frío, la heterosexualidad es una aberración, afirma Mona Chollet, después de todo, como lo indican Patricia Mercader, Annik Houel y Helga Sobota, las relaciones amorosas entre hombres y mujeres tienen la particularidad de ser las únicas relaciones de dominación social donde se espera que el dominante y el dominado se amen.
El amor heterosexual tiene mala prensa en el mundo de los temas feministas, efectivamente amamos a quienes nos tienen, consciente o inconscientemente en un sistema de dominación jerárquica que se puede ver de manera muy nítida en un sinfín de aspectos de nuestra existencia. Personalmente, soy heterosexual (muy), me encantan afectiva y sexualmente los hombres, y creo que es un asunto que debiese abordarse como primera prioridad, después de todo, trata sobre nuestra cotidianidad más íntima y una de las fuentes más potentes de sentido. Para mí el arte nace desde ahí, la pulsión, el deseo, el amor, la posibilidad de sentirse inmortal a pesar de la evidencia contraria (el tiempo que tenemos es bastante limitado).
Por lo que más vale no perderlo miserablemente dándose cabezazos contra la pared intentando entender por qué diablos no funcionan nuestras relaciones (hay un sentimiento general de que la dificultad es alta y el éxito dudoso), y afrontar el asunto cara a cara. En mi experiencia (no desdeñable desde el punto de vista del número de años rebanándome los sesos para hacerlo lo mejor que me ha sido posible), hay efectivamente ciertos patrones que ya sería bueno acabar. Actuar a dos niveles, igualdad de derechos y en el ámbito íntimo (también político, por supuesto), hacerlo distinto (parece urgente). La pandemia nos ha llevado por un carrusel de emociones de terror y ha llevado nuestras relaciones a una película gore: no queda nadie vivo (no estoy fuera de este extenso grupo). Entonces, ¿qué hacemos? Si el asunto con los años deriva, al compás de nuestra perplejidad, en algo más o menos así: por qué esperas cosas que no puedo dar, o por qué no esperas estas cosas y no esas que dices. Después es peor: todo el resto es silencio. Una que nunca ha estado callada, opta por dejar anotadito en un cuaderno, todo eso que la verdad no funciona para nada, pero para qué decirlo así tan claramente, mejor se lo digo a mi amiga, a mi mamá o a nadie. En realidad para qué lo voy a decir, mejor espero un poco a ver si se pasa, a ver si se acaba la pandemia, a ver si se da cuenta solo, a ver si cambia un poco, o bastante tendría que cambiar, a ver si la altura del balcón a la acera me acogerá con el suficiente cariño como para llevarme a la muerte y acabar con esta peregrinación de rodillas (si no se acaba de manos de la persona antes de alcanzar a saltar, 80 mujeres asesinadas en Francia en lo que va del año de manos de sus parejas).
¿Qué es el amor? Eso no. Ni el placer, ni nada agradable. Qué no daría por encontrar a alguien más que capte esta deriva, qué no daría por conocer a un semejante, cantaba en 1995 Alanis Morissette, todo lo que realmente quiero es liberarme. La canción no ha perdido actualidad. Movimiento #metoo mediante, el ambiente está mucho, pero mucho, menos hostil, pero el patriarcado continúa saboteando nuestras relaciones heterosexuales, como bien afirma Chollet, y nos faltan herramientas, a pesar de su feliz esfuerzo de desentrañar cómo cuernos hacerlo mejor o al menos de manera diferente cada vez. También queremos liberarnos (no es patrimonio exclusivo de los hombres, eso está claro, aunque a veces quieran que lo parezca). Al igual que ella, lamentablemente, no tengo las respuestas, ni las soluciones, pero sé que el feminismo no va a disminuir mi amor por los hombres, por lo que el tema me interesa muchísimo: cómo tener una relación de pareja que no reproduzca exactamente lo que observamos en la organización del mundo. Es flagrante si una se pone a mirarlo más en detalle. No innovar en lo más mínimo, dios mío, ser feminista no te da ningún avance en este sentido, el patriarcado te da en plena cara apenas bajas la guardia (muy pronto). Las ganas de una relación con mucha imaginación quedan, siempre están ahí. Al final es siempre lo mismo, en todos los ámbitos de la vida, mientras más está presente, mayor el aburrimiento y la violencia, real y simbólica. Quiero estar en pareja y sentirme libre, ¿son incompatibles? No lo creo. Quiero sentir que surgen nuevas ideas, no que me marchito. Educamos a las mujeres para que se conviertan en máquinas de dar y a los hombres en máquinas de recibir, dice Mona Chollet, siguiendo la reflexión de Jane Ward. También nos gusta recibir, aunque a veces no se note. Creo que soy la modalidad de mujer más autónoma (espacio propio, para empezar, y mucho tiempo para la literatura), sin esconder que aspiro al amor y tengo deseos, y doy fe que también la tengo difícil, lo que me indica que es un fenómeno del cual no es fácil zafar: el terreno es adverso, pero nunca hay que rendirse. Muy rara vez me he sentido realmente atraída por una mujer, y no he profundizado en ese plano ni me interesa, así es que el intento sigue, con ánimo y humor, y sobre todo, con mucho amor. Acepto mi sensibilidad y me encanta. Agradezco a Mona Chollet por acompañarme en este momento, también a Doris Lessing, que me mostró que cada vez me acerco más a ser una unidad, como el cuaderno dorado de Anna Wulf, y a Maya Angelou, que ve las cosas tan claramente y con tanto humor. También a las mujeres que tengo más cerca, que siempre me permiten hacerme consciente que camino acompañada, y a los hombres que tengo cerca, que también caminan conmigo, en igual medida. Creo que una vida, una sociedad, una revista, la mayoría de los espacios, debieran estar abiertos a todas las personas, en caso contrario me siento muy limitada en los puntos de vista posibles y me incomoda. No quiero que nadie hable por nadie, pero necesito de todas las visiones y opiniones, aunque sea para darme cuenta de dónde provienen y de las contradicciones posibles. Si ser feminista y ser heterosexual parece a simple vista una contradicción, pienso que el problema justamente sería adaptarse a algo, lo que sea, a pesar de tus sensaciones y sentimientos, y esto es lo que creo que podrá liberarnos: somos quienes somos o que se acabe. El amor tiene que ser necesariamente la libertad y la plenitud: la expansión y el deseo (también de las mujeres).
* Andrea Balart-Perrier es escritora y abogada de derechos humanos. Activista feminista, cofundadora, codirectora y editora de Simone // Revista / Revue / Journal, y traductora (fr-eng-esp). Nació en Santiago de Chile y vive en Lyon, Francia.